viernes, 28 de febrero de 2014

Eso que fuimos

  Foto: Mónica
                                                                                        A Cristina Diaz, Geoffrey Vasileff y familia
                                                                                        A mi querido amigo Humberto "Negro"
                                                                                        A mi querido hermano Nelson "Ruso"
 
Las está mirando, sentado en un sillón pegado a la pared, entre la puerta que da al fondo y  otra que va del comedor a la cocina. Un montón de fotos -¿Viste lo que es la vida?- Me dice casi con la bombilla entre los labios.

-Sí,  miraba eso -  Su mirada y la mía, forasteras, fueron  a las fotografías como si el horizonte todo se pudiera ver en el espacio de la habitación. Pienso  aquello que dijo Onetti - la vida es uno mismo y uno mismo son los otros - pero no digo nada, como esperando que después de remover el mate, el negro diga algo más sobre la vida. Había empezado a pensar que me volvería a hablar del dólar, porque es de lo que más me ha hablado desde que llegué a Buenos Aires. Esperé que me dijera: ¿viste cómo está el cambio?, pero no, las fotos le han dado en su lado sensible. - La vida no es nada, Toto, ¡mirá bien las fotos! , lo que se vivió en esta casa lo ves en las fotos – dice-, y echa agua al mate. Me llega un olor tibio de yerba y ropa húmeda. Afuera llueve, llovió todo el día, así salimos de Buenos Aires.
- Las imágenes nos sobreviven, negro, después todo es nostalgia.-
-¡La pucha!, da un poco de amargura ver en que queda la vida de uno.-
-En mi casa igual, tengo fotos en todas las paredes, convivo con mi pasado, las miro y pienso lo mismo.-
-La casa parecía estar esperando, vi  la caldera y me preparé enseguida el mate, lo estaba necesitando…-mientras esperaba me puse a mirar.-      

En la casa se oyen  los ruidos que hacen Mónica, Graciela y mi hermano en las tareas de instalarse. Cambiamos  impresiones sobre la familia que nos ofreció su hospitalidad y la casa donde pasaremos la noche.  Chupa el mate,  yo miro a la cocina y a la “pava” (caldera, diríamos nosotros) sobre la cocinilla, donde destaca con su esmaltado blanco con flores, combinando  con la cortina de tela gruesa estampada de colores que cubre el frontal, abajo de la encimera. Recién llegado a Uruguay, después de tanto tiempo de ausencia, la imagen me lleva a rincones de infancia. Le doy vueltas a las imágenes, a las palabras de Humberto. Las paredes y las cosas de la casa tienen sudor de trabajo, sudor de obrero, pienso. Mientras Humberto apura el mate dice; ¡así es la vida!, ahora como mirándose las rodillas, mientras mis ojos siguen su gesto y vuelven a las fotos que cuelgan sobre el amarillo apagado de las paredes, sobre las que están en el robusto mueble que en algún tiempo mostró su buena madera, ahora pintada de un blanco ya sin brillo. Tiene razón, las fotos están ahí como resistiendo a que se olvide su carga de sueños. No nos decimos nada,  los dos estamos sintiendo lo mismo. Enmarcados hay soles tibios de invierno, sonrisas felices, un día de escuela, la instantánea de un gesto cansado, una mesa esperando los  tallarines del domingo. Desde las paredes de este cuarto extrañamente familiar donde recién nos instalamos nos interroga la vida.

-Estamos en Mercedes, aquí nació mi viejo- digo, - es la primera vez que  estoy en Mercedes.-  Las vueltas de la vida – dice el negro.- vos en España, yo en Argentina, lejos, media vida sin vernos; ¡mirá lo que te pasó a vos!...y acá estamos, Toto.-

Hace años que no pruebo el mate, casi tantos como los que vivo lejos de Uruguay, creo que siempre  le encontré mal sabor a la yerba importada. El negro  también se fue de Uruguay casi al mismo tiempo que yo y sigue con el mate como lo recuerdo siempre. Él se fue sin alejarse del Rio de la Plata, por eso sigue con el mate, por eso acompañado del mate se pregunta cosas.

La última vez que vi a Humberto fue en el año 2003, en el peor momento de mi vida, cuando todavía me costaba asumir que sobre una silla de ruedas  arrastraría el resto de mi vida. El desgraciado motivo movió a mi amigo y a mi hermano Ruso y, después de muchísimo tiempo  nos volvimos a encontrar en aquel año en España. A Humberto no lo veía desde el año 1983, y habían pasado ocho años desde la última vez que vi a mi hermano. Hace pocos días nos hemos vuelto a encontrar, esta vez en Buenos Aires, donde llegué acompañado de Mónica, (quien por cierto es la primera vez que viaja a Sudamérica), dispuestos a pasar unos días en casa de Humberto, en su querida compañía y la de su familia y la de mi hermano. Es idea de ellos el que ahora estemos en Uruguay, e idea mía el hacer este alto en la ciudad de Mercedes y saludar a Cristina, amiga que conozco desde hace un tiempo a través de Facebook. Increíblemente, la buena de mi amiga Cristina aprovechó el saludo para secuestrarnos, amable y entrañablemente, a mis acompañantes y a mí. No nos pudimos resistir porque nos amenazó  con una olla de buseca, nos extorsionó con entradas para un concierto de jazz en un lindo teatro de la ciudad y, otra vez en su casa, con una cena con canelones rodeados de todo el cariño de su familia. Hasta tuvimos regalos.

Y después a la casa de sus padres, donde pasamos la noche, donde Humberto hizo la observación sobre las fotos de la familia mientras tomaba mate, pensativo, como si estuviera en su casa.
¡Que amiga!
-Viste como somos lo uruguayos- Dijo el negro
¡Que amigo!
 
 
 

Foto: S. Andrada Lapenne

Foto: S. Andrada Lapenne
 

Foto: S. Andrada Lapenne
 

Foto: S. Andrada Lapenne
 
Texto: S. Andrada Lapenne "Toto"