miércoles, 23 de febrero de 2011

Vino, libro y mar.






Descorché la botella convencido de lo bueno que guardaba, quizás influido de antemano por su origen. Me regocijé al ver el oscuro líquido en la copa, me demoré en probarlo pensando en la remota pero conocida procedencia. Dejé que el gusto se me impregnara en la lengua y lo empujé hacia el corazón. Como al corazón me llegaron las palabras leídas en las primeras hojas del libro de Malaparte, anoche. Por el rojo de las tapas lo elegí entre otros en una estantería de libros de intercambio. Debe ser un buen libro pensé y ojeé entre sus hojas que el tiempo tiñó en pálido marrón, leo Plaza & Janés, 1959, título del original italiano, Kaputt. No me defrauda, página a página, copa a copa igual que el vino me convence y me deleita --Dentro de poco volvería ver los rostros italianos, “mis rostros” italianos, envilecidos, pálidos de hambre. Me reconocería a mi mismo en la cerrada angustia de aquellas fisonomías, en los ojos de la muchedumbre que colmaba los espectáculos, los autobuses, los cafés y las aceras sobre el fondo de enormes retratos de Musssolini pegados en las paredes y en las lunas de los escaparates de las tiendas, con su cabeza fofa y blancuzca, de ojos viles y boca embustera…--
Pero anoche leyendo me quedé con estas otras líneas…---Ese viento que sopla de Ischia, y por la tramontana que aporta hasta Capri el acre olor de azufre del Vesubio. Entonces recordé el barco, el olor marino y el ruido de los puertos y las notas que escribí: Villefranche sur Mer, Livorno, Chivitavechia, Nápoles, ya va a hacer un año, como pasa el tiempo.
Igual que se apura la copa de buen vino, queríamos Mónica y yo apurar el último día del viaje, bajamos en Valencia. Era 18 de abril, el sol era débil y las calles estaban mojadas y anduvimos largo trecho para ver las formas marinas de las construcciones bajo la especial luz de un sol tímido al este y el plomizo cielo al oeste. Enseguida me puse a fotografiar. Al otro día terminó en Barcelona nuestra aventura marinera, donde siete días antes había empezado.
La casualidad trajo a mis manos el libro de Curzio Malaparte y también a saber que tenía su casa en Capri, en el mar, sobre una roca, allí donde Ulises se atrevió a oír a las sirenas...

Sergio Andrada Lapenne