viernes, 27 de mayo de 2011

El músculo de la conciencia






Comprobé que en Galeano el músculo de la conciencia existe y que lo usa mucho.
Tengo guardada una página del diario La Vanguardia que leí un día de mayo de 2008. En esa contraportada hay una foto de Eduardo Galeano, me parece un buen retrato, su autor, según el pie de foto, Llibert Teixidó, pero aquel día me fijé más en la frase que hay sobre la misma: “La conciencia es un músculo que se usa poco, pero existe”. Después me aplique con un enorme interés a leer la entrevista. Empieza más arriba diciendo: …sigo viviendo en Montevideo, donde todavía se puede caminar y respirar, que su universidad fueron los cafés y sus oradores, que la democracia está por conquistar…
Yo había leído dos libros de Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina y Patas Arriba, páginas que dieron clara respuesta a mis miles de preguntas. Con estos antecedentes me enfrenté a la entrevista de Galeano en el diario donde este lúcido hombre responde:
“…estamos entrenados para repetir la historia en vez de hacerla … no creo que este mundo sea muy democrático,… en la ONU solo cinco países tienen derecho a veto,… esos cinco países que velan por la paz mundial son los cinco principales productores de armas … la libertad no es un derecho igualitario, ……hace un ratito, en 1943, por orden del Pentágono la Cruz Roja de EE.UU. prohibió la transfusión de sangre negra para que no se hiciera por inyección lo que estaba prohibido en la cama… y en nuestro mundo católico, durante siete siglos y medio las mujeres tuvieron prohibido cantar en los templos porque ensuciaban el aire” Y más respuestas contundentes hasta llegar al vibrante final de la entrevista con esta breve historia:
“…Iban cero a cero. Era la final entre Millonarios y Santa Fe, Devanni cayó derribado en el área y el árbitro pitó penalti, pero él se acercó al árbitro para explicarle que tropezó. Y el árbitro le señaló el estadio, esas miles y miles de cabezas rugientes: ¿Tú crees que ahora puedo anular el penalti? Devanni se puso frente al portero y eligió su ruina. Pateó la pelota muy lejos del arco. Admirable. Arruinó su carrera pero se le abrieron anchas las puertas de la gloria. Hay mucha gente que hace lo que cree que debe hacer y no lo que le conviene…”
Ahora estamos en 2011, otra vez en mayo en medio de un descontento generalizado en España y muchos otros países, y yo he tenido la oportunidad de estrechar la mano de Eduardo Galeano, de ver como ejercita el musculo de su conciencia. El día 24, en el Palau de la Generalitat se le entregó el premio Manuel Vázquez Montalbán de Periodismo y estuve allí. Se entregaban premios a dos categorías, periodismo deportivo y periodismo cultural y político. Sé que a Eduardo Galeano no le gustan las casillas y que se defiende bien en todos los terrenos, es un escritor polifacético al que también le gusta el fútbol. Todavía no he leído su libro, publicado en 1998, El Fútbol a Sol y Sombra y desde mi ignorancia no deja de extrañarme que lo premiaran en la categoría de periodismo deportivo.
El otro premiado fue Juan José Millás, en la categoría de Periodismo Cultural y Político. El Premio Internacional de Periodismo Manuel Vázquez Montalbán, es una iniciativa, entre otros, del Colegio de Periodistas de Catalunya.
Lo más destacado del acto y también lo más aplaudido fueron las palabras de Galeano que delante de representantes políticos, periodísticos, empresariales y deportivos, entre otras cosa dijo, refiriéndose a su amigo Vázquez Montalbán:
“Futboleros los dos, y los dos zurdos, zurdos para pensar, creímos que la mejor manera de jugar por la izquierda consistía en reivindicar la libertad de quienes tienen el coraje de jugar por el placer de jugar en un mundo que manda jugar por el deber de ganar. Y en ese camino hemos intentado combatir los prejuicios de mucha gente de derechas, que cree que el pueblo piensa con los pies, y también los prejuicios de muchos compañeros de izquierdas, que creen que el fútbol tiene la culpa de que el pueblo no piense.”
A escasos dos metros de mí estaba sentado Joan Manuel Serrat, a quien antes también tuve el agrado de saludar y dar la mano, convirtiendo aquel acto para mí en algo inolvidable.