jueves, 30 de julio de 2009

La Habana Vieja y sus cosas


Habíamos visitado, Mónica y yo, el hotel Ambos Mundos, la habitación de Heminway, y su magnifica terraza. En ella nos refrescamos con unas cervezas y con el escaso aire fresco que venia desde la bahía. El calor era sofocante, pero el ambiente y las vistas, especial. También nos acompaño la música, creo que algo infaltable en Cuba. Después, al salir, seguimos bajando por la calle Obispo hasta encontrar la calle Tacón, el Palacio de los Capitanes Generales y la Plaza de Armas. Mientras me llenaba de lo nuevo que veían mis ojos, buscaba algo que guardar en la memoria de mi cámara fotográfica. En la plaza y a la sombra descansaban los nativos, mientras algunos turistas al sol iban inquietos aquí y allá, como nosotros. Y el calor apretaba.


Llamaron mi atención un grupo de campanas de diferentes tamaños puestas sobre la calle. Me acerque a mirarlas, calcule el peso de la mas grande, que me pareció gigantesca y curioseé en la grieta que tenia de arriba a bajo. No pude con mi genio y mis ganas de hacer fotos y le pedí a Mónica que posara sobre una de ellas, a falta de otra instantánea. Después me arrime a los cubanos a la sombra y mis ojos miraban y mi cabeza estudiaba detalles en ellos que me explicaran sus vidas. Pero uno no puede estar observando a los demás, así como así, y menos mientras piensa, ya que la mirada se queda fija, ya no se ve, todo se elucubra. Por eso moví mi silla de ruedas y di vueltas a la plaza. Mirando la fachada del Palacio de los Capitanes Generales, apareció mi foto, no, no por su esplendida arquitectura, del barroco cubano, que desde mi sitio y punto de vista no podía abarcar, ni tampoco hacer justicia con mi herramienta y mi técnica.


Un hueco entre pilares del bonito edificio lo llenaba la figura de un personaje con un enorme puro, caminando por la calle Tacón en dirección a Obispo. Seguro de hacerse fotografiar por los turistas y ganarse así la vida. Y yo lo fotografié, a cierta distancia y sin que se diera cuenta mientras seguía su caminar bohemio. Ahora, después de un mes de haber regresado de mi primer viaje a Cuba, reviso mis fotos que tome todas en formato RAW y las proceso.


Me detuve en esta, porque al ampliarla mucho, me di cuenta que a este hombre le faltan la mitad de sus pies. Y yo lo fotografié por sus puros, el que lleva en la boca y los del bolsillo de su camisa. No se puede negar lo reveladora que puede ser una foto. Otro detalle, además de la vista parcial del importante y bello edificio, es la calle que pisa este hombre y que también pise y examine en mi deambular. Los adoquines son de madera. La razón es que un tal Miguel Tacón y Rosique, capitán general y máxima autoridad de la isla durante el dominio colonial español, mando pavimentarla con adoquines de madera para que no lo despertaran de la siesta los carros de caballos que por allí pasaban. La calle sigue llevando su nombre..


Cosas de la vida......