Siempre que
tengo oportunidad me voy a recorrer los mercadillos de cosas viejas, no se
explicarme bien por qué razón, pero siento que se apodera de mí una extraña
avidez por esas cosas amontonadas sin ton ni son a lo largo de alguna calle.
Cuadros, botellas, viejas herramientas, muebles, muñecas sucias, de ojos fijos,
que parecen preguntar a quien las mira, libros de todo tamaño y tema, con las
paginas marrones como hojas en otoño, viejas postales, ropa militar de quien
sabe qué guerra, fotografías, muchas fotografías de gentes anónimas que nunca
creyeron ver sus recuerdos mezclados con
recuerdos de otros, expuestos en una caja,
que, aunque parezca increíble, siempre tienen comprador.
Y yo me
paseo con un raro sentimiento y a veces con deleite entre todas esas cosas que
sirven de segunda oportunidad para que alguien se gane la vida. Los muebles,
los cuadros, las ropas me provocan una gris melancolía cuando observo. Pero es
al mirar esa viejas fotografías cuando el desasosiego me lleva imaginar esas vidas
que fueron, esas ilusiones, esas sonrisas, esos niños jugando, el cumpleaños de
alguno, aquel viaje tan esperado, los abuelos los padres, los novios, la
familia. Todo pasó, y ahora sus íntimos momentos están al alcance de todo mirón.
Esas fotos que fueron vida e historia, con suerte, alguien puede salvarlas de su triste
destino y terminar en algún museo.
Aparte de estas reflexiones, me doy el gusto
de un ameno paseo y, también como muchos, a veces compro un viejo libro o, como
hace pocos días, dos antiguas cámaras fotográficas.
La primera,
de la cual voy a hablar, la compré a finales del mes de abril de este año 2018,
y es una cámara que tiene ahora cuarenta y un año, el número de serie así lo
dice. Está fabricada en la antigua URSS, el modelo es Zenit EM. Es una cámara
réflex de 35mm que no tiene sistema de medición a través de la lente, y emplea
para medir la luz una fotocelda de selenio adosada en el exterior, en el
frontal de la cámara. Cuando incide la luz sobre la celda de selenio se desplaza
una pequeña aguja en la parte superior
del lado izquierdo exterior. Para conseguir la exposición correcta se debe
girar una anilla con la escala de diafragmas que desplaza un pequeño círculo
hasta hacerlo coincidir con la aguja. El mecanismo es curioso y parece de
relojería. La cámara está muy bien y funciona, y lo que más me llama la
atención es que todavía se mantenga intacto el selenio, ya que la exposición a
la luz lo agota con el tiempo. A la semana de mi compra volví a pasearme entre
los viejos trastos que cada sábado desparraman en una calle de Reus
comerciantes variopintos. El día 5 de mayo cargué la pesada maquina con un
rollo de película FUJI de 200 ASA y salí a probar mi destreza con los controles
y ver, cuando estuviera revelado el negativo, que sorpresas me daba la Zenit
EM. Me puse a fotografiar eligiendo de
tema los artículos en venta y, una semana después, con el revelado en mis
manos me sentí satisfecho de mi compra,
de mis conocimientos, y del resultado de las imágenes.
El rollo es
de 24 fotos, y solo me fallaron 2.
La foto que
acompaña este texto la realice con el diafragma más abierto que me permite la
cámara, un f/2, y la velocidad de obturación fue de 1/500. El objetivo de la
cámara es un Helios 44, es un objetivo normal con una distancia focal de 58mm.
Conozco este objetivo porque tengo otro modelo Zenit que lo lleva y tengo
entendido que es de muy buena calidad.
En la
próxima entrada publicaré los resultados de la otra cámara, una elegante
Yashica MG 1, compacta, con telémetro, y
también veterana, con más de cuarenta años.
Se dice que
la palabra recordar viene del latín y que significa volver a pasar por el corazón.
Quizás sea
eso lo que hago yo.
Sergio
Andrada Lapenne, 10 de junio de 2018
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